Recuerdo que siempre había historias macabras que contar en
las escuelas.
Todas las escuelas fueron antes un cementerio, o una pista
de patinaje sobre hielo, en todas las escuelas se aparecía la bailarina sin
cabeza, Berthita, o la misma muerte.
En mi escuela no fue diferente. Durante las juntas de padres
de familia, recuerdo que los niños nos juntábamos afuera de los salones en la
-casi- oscuridad a contarnos historias de miedo. No era raro que uno que otro
asustadizo saliera corriendo a buscar a su mamá.
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